martes, 9 de septiembre de 2008

Soterrània nº 15

Sería injusto por mi parte, dejar pasar la ocasión de comenzar el repaso de las ediciones de Soterrània por el final, precisamente pues ese hecho impidió que viera la luz el último intento de que la revista resurgiera; sino en papel, algo difícil pues ya para entonces los miembros de la asociación habían mermado demasiado, y no quedaban fondos ni tan siquiera para realizar una tirada reducida, al menos de forma digital, tal y cómo sucede con miNatura.
Repasando los archivos caóticos y desordanos que poseo, tanto físicos como informáticos (aún ando buscando algunos de los ejemplares de papel de la publicación pese a que sé que no todos podré recuperarlos pues desafortunadamente se agotaron)me apareció precisamente el número que andaba preparando cuando otros menesteres me apartaron de el proyecto. Andaba aún en la recopilación de material, cuando sucedió, no obstante tengo una buena cantidad de textos, que paso a mostraros, simulando, de esta forma, lo que podría haber sido ese número 15 de Soterrània (Quaderns de Literatura). Quizás, si algo notaréis a faltar son las imágenes. Espero que de igual modo, os sea grata su lectura.


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Número 15. Enero Año 2004.
NUEVOS COLABORADORES


EDITORIAL
Ha pasado mucho tiempo desde que saliera a la luz el primer número de Soterrània “Quaderns de Literatura”. Desde entonces muchas cosas han cambiado, todo ha evolucionado y nosotros con el paso del tiempo más. Es por eso que después de dos años de callada espera, volvemos a surgir pero, y teniendo en cuenta las facilidades de publicación y difusión que nos proporciona Internet y que son básicamente gratuitas (siempre hemos defendido la difusión gratuita de este ejemplar, somos una asociación cultural sin ánimo de lucro, es por ello que en ocasiones nuestras ganas de continuar con este proyecto, se han visto truncadas por la cuantía económica que representaba sacar una tirada de ejemplares para su distribución gratuita sin ningún tipo de subvención), ahora con él ánimo renovado, y apoyados por las nuevas tecnologías regresamos dispuestos a, dentro de nuestras posibilidades y limitaciones, mostrar nuevamente las creaciones literarias de nuestros colaboradores, por lo que intentaremos ir mejorando con el tiempo.
Esperamos que os guste lo que os encontréis aquí, y si no siempre tendréis las puertas abiertas, para criticarnos, aconsejarnos y colaborar con nosotros.

SUMARIO
Relato:.Guillermina Díaz
Poema:Ricardo Acevedo
Relato:.Víctor Valledor
Poema:Javier Muñoz Livio
Narración:Mª Isabel B. Rivas
Cuento:Carolina Diaz Paz
Mini cuento:Alix Fazio Rosales
Narración: Emma von Gunten

El contenido de esta publicación pertenece a sus autores. Ellos se hacen responsables de la autoría de los textos.

EL FRUTO PROHIBIDO DE EVA EN EL PARAÍSO
Generaciones venideras renegarán de mí. Seré maldita entre todas las mujeres. Pero soy yo, YO, quien debe decidir. Y mi opción es vivir: ser ante todo y sobre todo, ser. ¿Qué es la vida en este paraíso donde las alimañas no cazan ni paren, donde no hay lucha? Mi alma exige algo más que la contemplación de Dios y su obra. Una contemplación pacífica, muda. El paraíso es una isla donde nada ocurre. Sé que contemplar no es igual a ser pues he probado la fruta del árbol de la vida.
Nadie me tentó. No hubo serpiente ni diablo ni mal. Fue una inquietud íntima por saber que existía además del estado beatífico. Puedo intuir los dolores del parto y la felicidad de tener hijos, la guerra y el hambre, la dicha y la desgracia. Y lo deseo aunque Caín mate a Abel cientos de veces. Aunque ciertos hombres, para denigrar a sus mujeres, inventen que fui creada a partir de una costilla de Adán y le perdí. Para él he ganado la inmensidad de la vida y la muerte porque voy a condenarle a morir pero también a vivir.
Es tan inocente que comerá este fruto que yo le entrego sin preguntas. Y conocerá. Conocerá conmigo. El camino hacia el amor es el conocimiento. Se ama lo que se conoce. Jamás lo que se contempla.
Mi rebeldía contra Dios es que tal vez no me deja amarle. O teme mi amor. Ese que ahora, antes de ser expulsada de este paraíso, no le puedo dar. Le amaré cuando me maldiga y yo le conozca, cuando los animales luchen y el lobo no descanse junto al cordero.
Sólo se puede amar si existe la muerte. Entiéndelo Adán y perdóname porque te condeno a la vida. Mi herencia será la valentía de mi decisión. Entre ser o contemplar yo elijo ser. Ser por toda la eternidad.
Guillermina Díaz Cortés


Poema #1
La balanza se ha roto.
La maldad se apodera del fértil Valle de That,
Donde las flores duermen
(e incluso roncan)
tu cuerpo no teme al castigo
el tribunal tiembla al dictar sentencia


-¿Sabias, que está prohibido hacer el amor en verano?
-¡Si!
Los jorobados y impotentes lanzan piedras sobre ella.
Deforman tu cuerpo con espejos
Mientras se escuchan trompetas.

-El Gran Viejo, ha visto.

Las lenguas venenosas, se tornan rosadas.
Exclaman los ciegos:

-Lo hemos visto.

Los blancos y asquerosos se suicidan en masa.

-“El Gran Viejo ha sido visto, mientras hacia el amor,
con una tierna criatura de nueve años. El primer día de Verano.”

Alguien en silencio ha reparado la balanza.
La maldición, se ha roto.

Pero tu cuerpo sigue descuartizado,
rodeado, de flores, que duermen (... y roncan)
en el fértil Valle de That.
Ricardo Acevedo Esplugas


El gigante de tres manos

Imaginé a un gigante de tres manos que reparte a diestra y siniestra y diestra todo lo que su imaginación requiere.
Palabras hermosas con bellas dedicatorias y románticas actitudes de razonamiento y de caricia ampulosa ante los marcos venidos a sus ojos.
Con la diestra de palabras, con la siniestra aprieta fuerte su bolso con aromas y con la diestra no alcanza a las horas que se le escapan frenéticas.
Lo levantan en andas las madrugadas de hielos consolidados y amanece brumoso con sus tres manos envueltas en hojas de trapecios y de volteretas laminadas de juegos. No es feliz. No es alegre. No es ruiseñor. Es apenas un labrador que ha perdido cosechas consecutivas.
Sembrar y cegar, dos alternativas para su ilusión conmocionada.
Lo han vencido.
Lo han sembrado de oscuras esperas.
Ya no espera.
Ha decidido tomar sus tres manos e irse a beber lejos de los hierros.
El gigante de tres manos no sabe enhebrar la aguja de la conciencia.
Victor Hugo Valledor


¿Existe infierno? ¿Existe Dios? ¿Resucitaremos después de la muerte? ¡Ah! No olvidemos una cuestión fundamental: ¿Habrá mujeres allí?
Woody Allen
Qué cerca sentimos a algunos, que están muertos; y qué muertos nos parecen otros, que aún viven.
Wolf Biermann
La muerte, para el poeta es la victoria.
Luis Cernuda
La Despedida
Estoy pensando en las noches que he deseado leerte este poema.
Tantas noches
sin dormir
esperando tus labios,
tu cuerpo
mi cuerpo junto al tuyo
tu piel en la mía
posándose entre mis versos,
entre mis pétalos,
hermosamente cultivados para sentir tu aliento
marchitarse entre mis lamentos.
Desde Madrid ahora
desde una ciudad desconocida después
desde mi tumba al final.
Y mi fin será también tu fin
Porque ya no he de sentir la voz sedienta de tu teclado.
Y mi voz ahora tan pálida te buscará para huir contigo de mi lecho
lejos, pero tu volverás desesperadamente
tu inmensa dulzura vendrá contigo para regresar con los tuyos
y mi cuerpo tendido
en el silencio
será la paz de nuestro amor eterno.
Así es la vida
así es mi vida junto a la tuya
flores enviadas de tus manos para posarse
bajo mi tumba.
No llores ahora
mi cuerpo atrapado desgarra tus besos para guardarlos desnudos
bajo la noche
bajo tu vestido atormentado
sin mis caricias
sin el roce de mis palabras que susurran
siempre cosas tan lindas al oído.
Secretos que nacen de mi alma
y van a tu alma.
Ahora déjame probar la distancia que nos separa
¿A que sabe este atardecer que ha perdido nuestros sueños?
mi sueño a tu lado
tu sueño... jamás encontrado.
No llores más
sé que la vida a partir de ahora será todo menos nuestras vidas,
nuestros cuerpos inesperados
en un laberinto de flores
esparciéndose en nuestra belleza de hablar.
Tu llanto ahora ha ido volviéndose dulcemente tan mío
pero no quiero llorar
no quiero sentir que ya no estás a mi lado.
Toda mi vida ha quedado junto a la tuya
entre tus labios
entre mis besos
entre la dulzura de amar la felicidad de tu vida.
No cierres los ojos
no hagas nada
siéntate muy cerca
más
la tarde se ha oscurecido
y mis brazos ya no te guardan rencor
puedes besarme (si quieres)
hazlo
quiero que tus labios junto a los míos permanezcan en silencio
no me acaricies
no quiero que lo hagas
sólo bésame para saber de ti
para sentir que aún sigo con vida
para volver feliz a mi tierra prometida.
Y desde allí
la soledad será un placer amargo
una tumba enlazándose bajo la niebla,
bajo la pesadumbre de mi alma.
Prometí vivir
es extraño, no sé por que lo hice (nunca cumplo mis promesas)
pero sé que en algún momento te amé
y este poema es el sueño de mi amor
de mi ternura y toda mi verdad.
Jamás en la vida habrá alguien mejor que yo
sin embargo, soy un héroe sin dicha ni bienestar
todo en esta vida me ha sido impuesto.
Ahora necesito que me abraces
que me digas al oído
cosas que nunca dijiste
hazlo
y busca entre tus sueños mi sueño de quererte
y hazme tuyo con locura
devora mi soledad y duerme junto a las flores
que has traído.
Duerme en mí
en este frío mármol
acércate
acércate más
¿Sientes que estoy allí?
no te vayas
espera que las flores mueran para escribir tu nombre con sus cenizas,
para escribir mi nombre junto a los seres que me han querido.
Javier Muñoz Livio


Luz de Mariposa
En medio de las sombras de la noche emerge una luz tímida en nebulosa y amarilla radiación. Nubes, árboles, tierras en arena. Desde la izquierda un aire abismal sopla entre flautas silbando una escalera figurada. Por ella penden a la derecha formas curvas que se oponen a si mismas en péndulos colgados unidos al vacío.
Desde la nada, el pensamiento es azul índigo que va cubriendo los caminos en repliegue. Aparecen antiguos moldes de alumbramiento y la noche será larga. Con el alba volverán los pasos de la insurrección de los rayos sujetando el puzzle de horizontes circulares.

El Sol observa con ojos somnolientos que calientan los extraños aledaños. Surgen paisajes amarillos, violetas, malvas. De sus inextricadas esencias se revuelven las manos en los contornos y se tiñen de su presencia.

Ahora en los depósitos nocturnos reposa una balsa que proyecta ángeles, flores diminutas, pájaros rojos y flores inventadas de arlequín. Vuelve la visión de las montañas en brusco retroceso y nacen tierras y árboles desconocidos.

Nadie observa. Un alma de sal llega y revuelve las aguas que rebosan en la mañana de la pequeña mariposa. Como un misterio desvelado el crepúsculo asiente y gira en su movimiento de embudo por donde huye el último vestigio de la noche hacia su morada. Olvidado, su manto de azabache reluce entre las piedras.

Ahora, ella está allí. De pie, contempla sus dominios con nuevos ojos, envuelta en su propia mirada de luz de mariposa.
©Bilbao, 2003 ®-I.B.R.
Mª Isabel B. Rivas


El reflejo de Adàn.
Cuando era niño, muchas veces hice preguntas que nadie sabía muy bien como responder. Todas ellas eran incómodas, extrañas, a veces un poco hirientes. No importaba realmente cuál era la respuesta, me gustaba hacerlas solamente para disfrutar de las reacciones de los adultos cuando les suponía un verdadero malestar. Se trataba de un juego cruel, donde yo salía ganando, incluso cuando no obtenía lo que buscaba, que era la mayoría de las veces. Lo que me atraía realmente era la provocación, la posibilidad de romper la absurda pasividad de un mundo uniforme por medio de las palabras. Maravilloso, admirar los matices de la incomodidad de mi padre, la cólera de mi madre. Por un momento, sus rostros se llenaban de un enervante vigor, como si en cuadros olvidados y cubiertos de polvos palpitaran nuevos colores. Aunque era una época muy temprana en mi vida para conceptualizar cuestiones tan sofisticadas como la rebeldía y la sinceridad, sí tenía muy claro una idea: deseaba ignorar las reglas que conocía, mejor aun, deseaba crear algunas nuevas. Tenía la impresión que el mundo necesitaba un nuevo matiz sobre la vieja estructura. Algo así como una bocanada de aire fresco en una habitación excesivamente viciada.
Ah, la inocencia infantil. Que enorme fragilidad guarda en su prístina credulidad. No, el mundo no va a cambiar jamás.
Ni yo tampoco, claro está.
Como adulto, continúo siendo el mismo niño provocador y molesto que alguna vez fui. Solo que ahora, los adultos somos nosotros, los que en alguna ocasión creímos que la humanidad era susceptible a la novedad. Y estos nuevos adultos siguen teniendo en sus expresiones las misma incomodidad y cólera de antaño. Solo yo permanezco incólume, fiel al principio de obtener lo que quiero y vivir según mis principios. Supongo que logré lo que siempre quise. Ser totalmente vertical en mi pensamiento. Bien lo decía Oscar Wilde: “cuando los dioses desean castigarnos, cumplen los deseos”. Yo obtuve el mío, sin duda: encontré la rebeldía mágica, fáctica, irremediable.
Estoy condenado a ser diferente.
Soy un hombre a quién le gustan los hombres. ¿Homosexual es una palabra más especifica?. Tal vez, aunque me parece un poco egoísta, circunscrita a una idea fermentada lentamente en siglos de prejuicio. Aunque parezca un tanto incompresible, no expreso únicamente mi sexualidad a través del sexo. Tampoco la sexualidad es el elemento que me define. Podría decirse que soy como la naturaleza me hizo, aunque eso no hará demasiado feliz a los cautelosos. Así que, por ahora, digamos que el término no me gusta. Pero no tengo otro. Homosexual soy, entonces.
Me gustaría solo ser una persona, un rostro, una mente, un hombre.
Pero eso es soñar demasiado, ¿verdad?

Admito que lo supe desde siempre. Mito: la crianza crea el fenómeno. Para los esperanzados que anhelaban que un ambiente propicio les ofreciera un fraudulenta masculinidad, lamento decepcionarlos. No viví una infancia terrible de humillaciones sin cuento, ni tuve una madre castrante que me hizo odiar inmerecidamente al género femenino. En absoluto. Mi madre era una mujer muy agradable que me dio una crianza afectuosa y mi padre, un caballero silencioso y discreto, totalmente vulgar. Tampoco sufrí una experiencia traumática que me reveló en un instante diáfano la verdad ( ¡Oh miseria!). La cosa fue más sencilla y creo que eso lo hizo más doloroso. Nunca hubo otra elección, duda o pregunta en mi mente y en mi cuerpo. En esencia, asimilé muy lentamente la idea que mi sexualidad era del todo contraria a lo que se esperaba de mí. Tuve el tiempo suficiente para comprender dónde me metía y qué consecuencias tendría el hecho de seguir mis necesidades más básicas. Claro que, siempre hubo la posibilidad de mentir y ocultar, pero eso me pareció mucho peor que expresar mi amor de una manera distinta al resto de mis congéneres. A los diez y seis decidí salirme del camino principal y seguir el mío. No tuve otra posibilidad. Creo que no hubiera aceptado ninguna otra.
Sin embargo y como es natural al principio, la vergüenza me acosó. Tenía motivos, o al menos eso me pareció. Era un degenerado, un perverso, un pecador contra la natura. Luego, intuí que todos los conceptos que la sociedad exponía sobre mí tenían su origen en el miedo. Eso podía comprenderlo. El miedo me era muy familiar. Llevado por el miedo, intenté por todos los medios mantenerme a la sombra, ocultar ese aspecto de mi personalidad, pero por extraño que parezca, la discreción hizo más notorio mi secreto. Me vi envuelto en una serie de mentiras y engaños, que no lograron otra cosa que hacer más evidente ese rasgo que hubiese querido se mimetizara por completo en la normalidad. Me resultó totalmente agotador los inevitables gestos de mi cuerpo hacia lo prohibido, pero ¿Quién podía culparlo? No tenía la menor idea que había decidido contener mi impulso natural, hacerlo menos determinado y ardiente. Para mis manos y mis piernas, mis ojos y mi boca, la exclusión no era una alternativa, sino la providencia definitiva. Y muy pronto, advertí que es imposible contradecir a la naturaleza o enmendarla. La esencia es simplemente la cualidad más profunda del ser. Sin comentarios, sin resistencia. Solo así.
La adultez me llegó como una hermosa paradoja que comprendí con cierto esfuerzo. Había ganado en libertad y sinceridad, pero a la vez, en amargura. Los tiempos de desear una enmienda en el lenguaje general de la sociedad se desvanecieron en el convencimiento que tanto el mundo como yo estábamos totalmente decididos a preservar nuestros ideales más absurdos. La integridad y la dignidad eran valores que ambos apreciábamos, pero que concebíamos en formas distintas. Recuerdo especialmente la primera vez que mi padre me miró a los ojos, muy conciente que su hijo mayor, el primogénito, era alguien totalmente distinto a quién había deseado. Había una tristeza enorme en su mirada, una decepción tan remota y desgarradora que por un momento, sentí el impulso de negar todo lo que había dicho y declararme aquejado de algún mal mental. Pero me contuve. Esa tristeza y esa decepción eran mías, me pertenecían tanto como la satisfacción que sentí al comprender que la verdad es más dura, pero más simple de decir que cualquier otra cosa. Permanecí en silencio frente a él, hasta que el buen hombre suspiró y en silencio, consumió la idea, le dio forma, la enraizó en algún lugar de su mente. Y me aceptó.
No, no estoy hablando de ninguna idea conmovedora. No pude volver a la casa paterna en unos cuantos años, pero al menos, me liberé de la posibilidad de ocultar mi perspectiva vital en una ecuación sencilla y dura que yo no había formulado. La soledad me rompió el corazón y me costó largo tiempo recomponer sus partes. Pero cuando lo hice, supe que había conseguido la firmeza que necesitaba para continuar. La vida es la vida: dura, helada, hermosa, exuberante y así tenemos que aceptarla. ¿Eso es malo, bueno, cómodo, cruel?
Bueno, creo que a eso lo llamamos vivir.

Un día, sumido en uno de esos momentos donde la razón se desvincula de la emotividad, miré el mundo a mi alrededor. Disfruté enormemente de los colores, de la tertulia acompasada de la brisa con los pájaros, de esa belleza que tiene la normalidad y que es tan agradable como conmovedora. Inevitablemente, me hice las preguntas que tantas veces me he formulado en silencio ¿Por qué soy quién soy? ¿Por qué decidir serlo? ¿Tan difícil me hubiese resultado permanecer incógnito, escondido detrás del rostro de un hombre satisfecho, un hombre infeliz, un hombre normal? Había renunciado a muchas posibilidades, había cerrado muchas puertas a mi espalda y me pregunté si había valido la pena. ¿Era valiosa la permanencia de un axioma vital, incluso cuando no hay nada para sostenerlo?
Sentí el inevitable cansancio que se experimenta luego de una larga batalla donde las armas son el prejuicio y la ignorancia. Recordé todas las veces que había tenido que levantar el rostro ante un insulto, las innumerables miradas de recelo que durante años me habían perseguido. Las burlas, el aislamiento, el desconocimiento de mi individualidad. Los conceptos del pasado que se desvanecían porque simplemente dejaban de existir en la evidencia. Tal vez me estaba haciendo viejo. La irreverencia del joven ya no me satisfacía y me encontré recordando todos los momentos de mi vida, buenos y malos, resumidos en una única escena: mi necesidad de ser auténtico y real, de conservar mi dignidad aun en las peores momentos. Y comprendí que mi lucha se limitaba a eso: a mantenerme moralmente firme en mis convicciones, a tener el valor de respirar el mismo aire de mis congéneres sin lamentarlo o disculparme por ello. La victoria puede ser pequeña, probablemente muy esporádica, pero tiene un sentido si brinda la oportunidad de sorprenderse a si mismo de vez en cuando. La autenticidad es un don universal, pero que permanece en secreto, sepultado y ocultado por una vasta tristeza y uniformidad.
Suspiré aliviado. Una profunda sensación de bienestar me poseyó. A pesar de las derrotas y el tiempo transcurrido, escuché la risa de un niño que hacía demasiadas preguntas. Saboreé lentamente un gustillo extraño que por un tiempo olvidé: el de la independencia y la honestidad.
Bonito tópico. Torpe y empalagaso. Pero mío, al fin y al cabo.
Veo el mundo como una gran respuesta a todas mis preguntas de antaño. Alguna vez disfruté de la sofisticada disyuntiva de elegir entre ser yo o disfrazarme bajo la piel de otro. Afortunadamente, no tuve la oportunidad de preferir una respuesta. Lo evidente decidió por mí.
La verdad tiene su belleza, la mentira su ventaja. Como dije antes: a eso lo llamamos vivir.
A mi adoradísimo B. ¿A quién sino?
Carolina Diaz Paz


Arto fantasma
Después del ataque en Santa Cruz de Tenerife, Lord Nelson se lamentaba del insoportable dolor en su brazo derecho. Un día se despierta exaltado y a gritos llama un marinero a su carote. Le expresa:
—Extrañamente hoy no siento dolor, pero mire usted, ¿no le parece que a mi mano derecha le han crecido las uñas?, hagame un manicure.
—¡Sí señor! Respondió obediente. Y sin pérdida de tiempo el subordinado le corta las uñas de la mano izquierda, se las lima y le mete el barniz. “He terminado Mayor”.
— No, no ha terminado, debe usted cortarme las de la otra mano, que están mucho más largas, ¿no vé? ¡Y me rasca con fuerza el brazo porque no soporto el prurito!
—Le recuerdo Mayor, fue amputado...
—Si, aquella materia de carne y hueso, mas, después de haberse liberado de sus resto mortales, ¿no ve usted que le ha quedado el alma?
Alix Fazio Rosales


El lugar del Milagro
Está sentada junto a la ventanilla, iluminado el rostro por una ráfaga de sol, la atención perdida en un libro cuyo título no soy capaz de alcanzar. Es la única del vagón que se defiende de las inclemencias del viaje con un libro. He pasado por otros vagones y no he encontrado sino a un anciano que consume prensa deportiva y a dos alemanas secuestradas por sendos novelones que a juzgar por sus portadas contienen más adulterios que toda la literatura rusa del XIX. Observo a la muchacha y siento la misma extrañeza que he sentido tantas veces: me extraña que no sea envidiada, porque esa muchacha es ahora mismo el lugar donde acontece un milagro antiguo. Puedo imaginar la cabalgata de imágenes que va componiendo en la pantalla de su cerebro mientras su mirada sigue el sendero de la lectura. Ahora mismo, en su interior, pueden sucederse grandes prodigios o pequeñas miserias. Es posible que en el interior de esa viajera Humbert Humbert vuelva a perfumarse pacientemente para bajar al piso de abajo donde lo está esperando, una vez más y van millones desde que la novela de Nabokov se publicara, lo está esperando Lolita con la misma, maravillosa, enigmática inocencia malvada de siempre. Una leve sonrisa en el rostro de la muchacha celebra alguna de las deslumbrantes metáforas con la que Nabokov nos golpea. Pero puede que no, puede que no sea Lolita el libro que lee, puede que esa sonrisa la haya extendido en el momento en que el hombre que fue jueves descubre en la novela de Chesterton que está participando en una inmensa conspiración cuyo sentido último se le escapa.

Tampoco hay que descartar que la sonrisa la suscite la prosa barata de algún humorista televisivo que se ha avenido a publicar un volumen chistoso para tener algo que firmar en una feria del Libro. Da igual: en cualquier caso la sonrisa es hermosa por sí misma. Y prefiero imaginar que tiene un origen prestigioso. Porque esa muchacha se ha convertido, ya digo, en el lugar de un milagro. Un milagro al que todos los demás viajeros -quejosos de las inclemencias del viaje, del aburrimiento, del no saber qué hacer antes de que les pongan una película que los amuerme- renuncian.

Vuelvo a mi asiento y abro el libro que traigo conmigo. Como esa viajera que ha vuelto a sonreír, quizá porque Humbert Humber ha hecho una de las suyas, como un lugar milagroso en cuyo interior trescientos soldados se disponen a morir en las Termópilas, Emma Bovary sueña con una vida menos aplastada por las convenciones, un loco llamado Zaratustra que se ha acogido a las sombras de una montaña dice que no debemos creer en ningún Dios que no sepa bailar, un hombre lee libros de caballerías y entiende que debe abandonarlos para acudir a los caminos a desfacer entuertos y tantas otras historias que están ahí, en nuestro interior, esperando ser talladas mediante la lectura.

Somos el lugar de un milagro antiguo. Que haya tanta gente dispuesta a renunciar a ese milagro en este tren lleno de gente que se aburre, deprime sí, pero no lo suficiente como para apagar la certeza de que ese milagro se está produciendo en este mismo instante en el interior de esa muchacha que, otra vez (¿qué estará haciendo Humbert Humbert ahora en su interior?) vuelve a sonreír.
Emma von Gunten


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