martes, 19 de agosto de 2025

Revista Digital miNatura 180 (Castellano e inglés)

 




John Murray Spear y el «Mesías mecánico»

I – Miles de veces Galilea

«Estudiáis un libro que os han enseñado a considerar infalible. Pero sólo hay un libro infalible… Oh, cuando la gente de vuestro mundo deje atrás el estrecho y limitado círculo en el que se mueve; cuando abandone los muros entre los que está encerrada; cuando salga a las majestuosas colinas y contemple la belleza de sus valles, y la verde frondosidad de los bosques, y abra así las páginas de ese libro… solo entonces los hombres conocerán los verdaderos fundamentos de la religión; y regresarán a sus labores renovados por dentro, y con el corazón henchido de gratitud hacia Él, que es el autor de ese libro infalible.»

Así hablaba el espectro de John Murray a su hijo, John Murray Spear, en el verano de 1852, y así quedaron recogidas sus palabras en un librito publicado un año más tarde por la imprenta bostoniana del 25 de Bela Marsh, en la localidad de Cornhill, bajo el título Mensajes del Estado Superior comunicados por John Murray a través de John M. Spear, con instrucciones a los habitantes de la Tierra. La historia de John Murray Spear era la de cualquier iluminado de su época. Spear era un individuo normal, con una vida normal, hasta que un día el conocimiento superior lo atravesó como una lanza. Y entonces el mundo dejó de ser como había sido siempre: como sus hermanos terrestres lo veían, con sus ojos terrestres, con la monótona opacidad de quien no ha recibido el mazazo de lo trascendente. Y Murray Spear, que había estado aguardando toda su vida una señal como esa, abandonó su largo ministerio en la Iglesia Universalista de Barnstable (Massachusetts) y se consagró a la anunciación por toda América de «una Nueva Era».

La América de 1852, sin embargo, no era un lugar fácil de convertir, y aún menos de peregrinar: John Murray Spear, que había marchado de iglesia en iglesia pregonando su credo abolicionista, su defensa de los derechos de la mujer, sus acaloradas proclamas para que los hombres transitasen por la senda de la abstinencia, lo sabía mejor que nadie. Uno podía recorrer de norte a sur y de este a oeste el corazón del más abyecto de los pecadores y, con un poco de suerte, encontrar un atisbo de luz en los pasadizos y recovecos de su mugre existencial. ¿Pero quién podía recorrer los miles de kilómetros cuadrados de un país que, desde la adquisición de Luisiana en 1804, era el doble de grande? Y el doble de grande de lo que, con anterioridad a 1804, ya era suficientemente grande: más de diez veces Inglaterra, hogar de sus antepasados terrenales. Miles de veces Galilea, hogar de sus antepasados espirituales. Si Jesucristo, reflexionaba Spear, hubiera tenido que convertir América a fuerza de zancadas, lo más probable es que la Cruz sería para el hombre de hoy solo un signo aritmético, y poco más que eso. Porque el buen Jesús se hubiera muerto de viejo.

 

II – El encargo de «Oliver»

Pero si algo caracterizaba a Spear era su lealtad, ya fuera a sus hermanos de aquí como a los que habitaban el otro lado de las sombras, de modo que aceptó sin protestas la misión que aquellos espíritus trascendidos habían depositado en él, su humilde siervo. Tenía que curar a la humanidad, le habían dicho. Tenía que sanarla: de sus enfermedades morales, de sus enfermedades espirituales, de su implacable ceguera. Y Spear dijo a todo que sí. Pero, como toda gran misión, la de Spear comenzaría también por un pequeño bosón, que se dilataría y dilataría hasta alcanzar un doloroso máximo de expansión espiritual, respondiendo fielmente a la «ley de la progresión infinita» en la que su difunto padre le había iniciado mediante sus comunicaciones telepáticas de la madrugada. El bosón de la redención del mundo según Spear comenzó a palpitar el 31 de marzo de 1852, fecha en que recibió la transcomunicación de una entidad llamada «Oliver», que le instaba a acudir sin demora a una pequeña región de Nueva Inglaterra: la ciudad de Abington. Y más concretamente, a un domicilio privado de dicha ciudad. Para evitar confusiones, «Oliver» prolongó varias líneas extra la comunicación manuscrita para explicar a Spear que «no, no es el domicilio de tu cuñado, el de Hanover, en el que estás pensando», sino el de un individuo al que Spear no conocía de nada: un tal David Vining, «que vive cerca de la casa de Daniel Holbrook.» A Spear, que seguía moviendo la mano arriba y abajo por las hojas que, junto a él, le iba suministrando la hermana Betsey, el nombre de Daniel Holbrook no le era menos desconocido.

Spear llegó a Abington confiado en las indicaciones de quien, después de todo, observaba la galaxia y nuestro planeta desde las alturas, pero tras preguntar por todo el vecindario descubrió con sorpresa que el tal Vining no vivía en Abington, ni siquiera en las poblaciones vecinas, sino a cinco kilómetros de distancia, en la ciudad de Weymouth. Escribió entonces a «Oliver» para preguntarle por qué diablos le había conducido hasta allí, si Vining no estaba ni cerca, a lo que «Oliver», a vuelta de correo, le explicó que «nosotros, los habitantes del mundo espiritual, no damos mucha importancia a las ciudades y demás espacios fronterizos». Muy bien, pero nosotros los habitantes del mundo material sí, pensó Spear bastante irritado, a sabiendas de que igual podía haber acabado en Alaska. Pero enseguida comprendió que aquello podía ser una prueba. Ver las cosas de siempre de otra manera: solo así podría llevar a cabo la misión que «Oliver», en nombre de los espíritus trascendidos, le estaba encomendando. No había barreras, no había fronteras. Ni entre ciudades ni, sobre todo, entre hermanos.

Dejándose guiar por su propia intuición, Spear dio con David Vining poco tiempo después de llegar a Weymouth. Esperaba encontrar a un individuo como él, alguien que había recibido también el mensaje del otro mundo. Pero lo que se encontró fue a un inválido que, desde hacía diez días, lanzaba lamentos de agonía postrado en su cama, afectado «por un dolor que le había quitado las ganas de vivir». Vining ni siquiera se preguntó quién sería aquel sujeto que preguntaba por él, y que se sentaba tranquilamente en el borde del lecho observándole con la sonrisa del padre que nunca tuvo; ansioso por compartir su tragedia, procedió a contarle con todo detalle la historia de su vida reciente: llevaba diez noches sin dormir, le dijo, por culpa de esa maldita neuralgia que atravesaba su cuerpo de parte a parte, y que parecía afanada en acabar con él. No, no tenía ni idea de cómo había empezado aquello. ¿Un castigo divino? Bueno, no era lo que se dice un buen cristiano, pero tampoco había hecho nada contra sus semejantes para ganarse el repudio de Dios. No era Lot. No tenía su paciencia. Ni tampoco una esposa como la suya, maldita sea. Con curiosidad, Spear le tomó de un pie y le preguntó dónde le dolía exactamente, a lo que Vining, incorporándose de la cama, respondió: «¿Qué le has hecho a mi pierna?» «No he hecho nada», dijo Spear. «Pues no lo entiendo», replicó Vining, «porque el dolor ha desaparecido». Aquello, en lugar de animarlo, le aterrorizó de tal modo que no quiso dormir hasta que Spear se marchase de su casa, «por miedo», dijo, «a no volver a despertar jamás». Spear logró convencerle para que al menos descansase un rato, y lo cierto es que Vining, que obedeció con cierta reluctancia, no solo despertó sin dolores sino también «enormemente emocionado, pues confesaba haber recibido la visita de un ángel en sueños que le había hecho un gran bien». Spear se marchó de la ciudad de Weymouth profundamente conmocionado, consciente de su nueva condición: podía curar, podía sanar. Podía hacer milagros con sus manos (él, que apenas era hábil con el tenedor y el cuchillo). En cuanto a Vining, cincuenta días después estaba muerto.

 

III – Dónde está, Muerte, tu victoria

«La muerte, como os habéis acostumbrado a llamarlo, no es sino un cambio, la mudanza de un estado inferior a otro de naturaleza superior. Vuestro buen juicio os bastará para entender las metamorfosis que percibís a vuestro alrededor. Desde el plano inferior al superior, todo cuanto es y existe en el reino de lo creado tiende a ir hacia arriba, en una progresión infinita.»

Eso había dicho el espectro de John Murray en las revelaciones de 1852. Y Spear inició entonces lo que apuntaba a ser una cruzada por toda América contra la propia muerte. O, por lo menos, contra su agenda. Durante un año se dedicó a imponer sus manos sobre los enfermos y los inválidos, sobre los desamparados, sobre los desahuciados: «retrasando», en palabras de sus primeros seguidores, «el tránsito de aquellos infelices al otro mundo». Tuvo que luchar, no obstante, contra las burlas de la mayoría, que lo consideraban un charlatán (en el mejor de los casos) o un verdadero enajenado, a juzgar por los discursos que acompañaban a sus curaciones multitudinarias. Hablaba de «un mundo mejorado», en el que los hombres «se trasladarían por los aires», y «habitarían ciudades circulares», comunicados entre sí «por una vasta red de transmisión de energías» que operaría mediante «impulsos telepáticos»: una especie de Internet del siglo XIX, cuyo único soporte sería «el amor humano». Hablaba de fundar una comunidad espiritual en Kiantone (Nueva York) y en Patriot (Indiana). Hablaba de que allí los hombres practicarían el amor libre, y podrían vivir desnudos, y mirar a sus semejantes sin codicia sabiéndose todos ellos «hijos de un mismo cielo».

Todas esas ideas, naturalmente, Spear no las improvisaba para su variable número de seguidores. En realidad, procedían de una autoridad mayor que él. Los experimentos realizados con la escritura automática y los estados alterados de consciencia habían llevado a Spear a trabar contacto con una sociedad de espectros, ascendidos a los planos superiores, llamada «La Asociación de los Electrizadores», entre cuyos miembros (ataviados en el Más Allá con la toga romana) se encontraban Benjamin Rush, Thomas Jefferson y Benjamin Franklin. Y Spear, dócilmente, hablaba por ellos. Hablaba del derecho del hombre y la mujer a mantener relaciones sexuales donde y cuando les viniese en gana, sin la obligación de estar sujetos al yugo del matrimonio. Hablaba del derecho de todos los individuos a ser considerados libres. Hablaba del derecho de la mujer en particular a decidir el uso de métodos anticonceptivos y a negarse a procurar el placer de sus parejas, que a su vez eran libres de buscar el placer en otra parte. Hablaba de cuanto unía a los seres de este mundo, y de cuanto los separaba. «No lo sabéis», exclamaba, «pero vivís entre grilletes. Os miráis y no lo veis, pero estáis encadenados. Y os teméis unos a otros, y os miráis pero seguís sin verlo: os tenéis miedo. Los sacerdotes, de quien otrora yo mismo os hablé tan bien, han hecho poco de bueno en ese aspecto.» Así hablaba Spear. Y cuando las palabras no bastaban, pasaba a la acción. En cierta ocasión «se sometió al más absoluto de los ridículos cuando, pretendiendo con ello mostrar su influencia y poder sobre los espíritus, se engalanó con unas tiras de cobre y unas baterías de zinc, como si fuera un arbolito de Navidad, y así ataviado esperó algún increíble resultado.» El «increíble resultado» era la invocación de un espíritu, que sin embargo no acudió a la cita. Muy al contrario, Spear sufrió una brutal descarga eléctrica de la que despertó con dificultades, aunque dictando en el proceso lo que resultó ser «una conferencia en doce partes sobre geología, asunto del que Spear no sabía una palabra.»

 

IV – Llega el Mesías

«Veo a los habitantes de la tierra sumidos en la constante búsqueda de lo que consideran más preciado. Se someten a las labores más arduas, y a la precariedad, y al peligro, por obtener esas cosas que tanto valoran; se arriesgan incluso a perder la salud, y a veces la vida, por acumular lo que, en su opinión, resulta tan valioso. Pero permíteme que te diga, y a través de ti a los demás habitantes de la tierra, que no hay en aquello que persiguen, en todo lo que consideran tan preciado, nada que perdure tanto, y a la vez sirva a tan gran propósito, como el sentido de la justicia.»

Sí: el sentido de la justicia. Eso era en lo que creía Spear: el sentido de la justicia. A la que veía como una misteriosa prolongación del sentido del movimiento, que en realidad nada tenía que ver con el destino cinético. Spear creía en el movimiento en los términos en que todo movimiento era acción, y la acción siempre conducía al desarrollo: el desarrollo territorial, el desarrollo moral. Y, por supuesto, el desarrollo espiritual. Así al menos lo explicaba la mente desencarnada de su padre, y así era como Spear terminó por entender la realidad de su tiempo y de los siglos venideros: «Los hombres que os gobiernan son esclavos», transcomunicaba Murray. «No quieren avanzar, pues todo movimiento es desfavorable a sus intereses individuales. Ellos son el mayor obstáculo del progreso humano. Ellos son nuestros peores enemigos.» Spear empezó entonces a considerar la fuerza del movimiento como una corriente ideológica, sobre la que se asentaba la cambiante nave de la avanzadilla tecnológica. Empezó a considerar que ambas cosas eran ejemplos visibles de esa «progresión infinita» en las que el espectro de Murray observaba el destino de las cosas creadas: ambas, de hecho, contribuían desde principios distintos a un fin común. El hombre avanzaba. La tecnología avanzaba. Y si se unían ambos avances por una misma senda (aportación de Franklin, desde las alturas) el hombre llegaría a su verdadero destino, que le permitiría descubrir el verdadero fin para el que todas sus creaciones —lo supiera o no— habían sido concebidas.

Bien, ¿a qué cosas se refería Franklin, desde su reino en el Más Allá? Pues a cosas bastante corrientes, a decir verdad. A nubes de vapor. A bielas y ruedas dentadas. A mesitas de té. Porque las cosas no siempre son lo que parecen. De hecho, a veces son algo que nunca hubiéramos sospechado que son. Una rueda podía ser un brazo o una pierna, un poco de vapor una respiración soberana. Y una mesita de té, algo que ya no se limitaba a servir de soporte a un bonito juego de porcelana sino para sostener y proteger —nada menos— el corazón de Dios.

La Asociación de Electrizadores se había puesto en contacto con Spear para trasladarle la orden de trabajar con urgencia en un complicado artilugio que Franklin llamaba alternativamente «La Máquina Dios» y «El Mesías Mecánico», pero que, en resumidas cuentas, no era otra cosa que la segunda encarnación de Cristo. Nada de lo que Spear, a fin de cuentas, debiera sorprenderse. Después de todo, la Biblia ya había anunciado, casi veinte siglos atrás, el regreso de Jesús al mundo para juzgar los actos de los hombres; pero en ningún versículo se especificaba que fuera a hacerlo en carne y hueso, o en aliento y espíritu. ¿Por qué no podía aparecerse en tornillo y latón? A finales del otoño de 1853, Spear y algunos de sus seguidores más dementes se trasladaron a High Rock, una colina que se elevaba unos seiscientos metros sobre la localidad de Lynn (Massachusetts), y, tras ser recibidos allí por el reverendo S. C. Hewitt, editor del diario espiritualista Nueva Era (y futuro biógrafo de Spear), el grupo se puso manos a la obra con la idea de terminar la construcción del Mesías el 29 de junio de 1854, nueve meses después —tres por tres por tres— de colocada su primera tuerca.

A lo largo de ese tiempo, Spear recibió doscientas revelaciones telepáticas por parte de la Asociación de Electrizadores, que le fueron orientando en el complicado proceso de producción y montaje de las piezas. Primero la mesita de té; después el cableado de cobre y zinc, la coraza de bronce, los mandos, los bracitos de hojalata.

Aunque no ha sobrevivido ningún dibujo ni imagen fotográfica alguna del Dios creado por Spear, existe al menos la descripción que el periódico de Hewitt realizó de ella. En sus páginas se describe principalmente la mesita de té, «de cuyo centro emergían dos soportes metálicos conectados en su parte superior por un asta que hacía las veces de volante de giro. El asta a su vez soportaba el peso de un brazo transversal de acero, en cuyas extremidades se sostenían dos enormes esferas de metal que contenían unos poderosos imanes. Bajo las esferas… había una especie de plataforma ovalada, formada por una peculiar mezcla de metales e imanes. Sobre ella se podían observar unas placas de zinc y cobre, colocadas alternativamente, que se correspondían con el cerebro y servían de almacenaje eléctrico. Su energía procedía de unos conductores metálicos, también llamados atractores, dirigidos hacia arriba… que se cargaban directamente en las capas altas de la atmósfera. Mezclados con sus elementos principales había una gran variedad de barras metálicas, planchas, cables, imanes, materiales aislantes y unos curiosos compuestos químicos que constituían la Nueva Sangre de Dios. El ingenio se conectaba, además, con la tierra por medio de unos elementos metálicos de energía positiva y negativa, que se correspondían con los miembros inferiores del cuerpo…» En su centro había también un horno y un fuelle que producían la «inhalación y espiración» de la máquina, y un corazón del que muchos vieron emanar «una corriente lumínica, una especie de cordón umbilical» que la unía a Spear y en la que éste sentía la suave palpitación del «Gran Corazón Magnético Situado en el Centro de Todos Los Universos».

Pero para que el Mesías cobrara vida, antes tenía que nacer: esa fue la última revelación transcomunicada por la Asociación de Electrizadores, que indicaba la necesidad de encontrar una nueva María capaz de dar a luz aquella pieza de ingeniería decimonónica. Spear encontró en Lynn a la que sería llamada «María de la Nueva Dispensa», una mujer de la localidad cuyo vientre se había hinchado inexplicablemente a lo largo de los nueve meses en que se prolongó la construcción de la máquina. Mediante una sencilla imposición de manos, Spear encontró en el vientre hinchado de María el «principio viviente» que iba a poner en funcionamiento al Mesías, un vínculo gemelo con los compuestos químicos que habían puesto en circulación la Nueva Sangre de Dios. María de la Nueva Dispensa fue conducida a la fábrica de High Rock y allí, tras caer fulminada «ante su hijo, comenzó a mostrar las peculiares y agónicas sensaciones del parto, diferentes, no obstante, de la experiencia ordinaria, dado que los dolores eran internos, y a la vez del espíritu, más que físicos, pero aun así incontrolables, y no menos intensos que estos últimos.» Después de varias horas de contracciones, la mujer lanzó un terrible grito, y todos los presentes pudieron ser testigos de cómo su cuerpo recuperaba «las formas femeninas, sin la hinchazón que había mostrado durante los pasados nueve meses». En ese momento, la máquina se dilató como si tomara aliento y, «con un formidable estertor», comenzó a respirar.

 

V – ¡La máquina se mueve!

Al día siguiente, el titular del diario Nueva Era lanzaba la noticia a tres columnas: «¡La máquina se mueve!» El tiempo de la redención, decían sus páginas interiores, «ha llegado por fin, y desde este día la carrera de la humanidad seguirá su curso hacia lo más alto… convirtiéndonos en dioses», a lo que Spear sumaba el anuncio de la venida del «Salvador Físico, el Último Don del Cielo al Hombre, la Nueva Creación, la Gran Revelación Espiritual de la Época, la Piedra Filosofal, la Obra entre las Obras, la Ciencia entre las Ciencias: el Nuevo Mesías».

Otros diarios, sin embargo, como el Spiritual Telegraph, cuyo director se había movilizado hasta High Rock para rendir pleitesía al recién nacido, se limitaron a anunciar que «el Nuevo Mesías no servía ni para hacer café». Alonzo E. Newton, editor del New England Spiritualist, reconocía que tampoco él había visto que la máquina se moviese mucho, «a excepción de una de sus bolitas metálicas, y quizá porque estaba suspendida de un brazo». Spear atribuyó la debilidad de sus movimientos al hecho de que solo tuviera «unos días de vida» y a la contaminación que colmaba «las capas más altas de la atmósfera en una ciudad industrializada como Lynn», de modo que decidió trasladarla a Randolph (Nueva York), donde el espíritu de Franklin le comunicó que «reinaban mejores vientos».

Pero la noticia de que llegaba a Randolph aquel Mesías de hojalata no tuvo la recepción deseada por Spear. Los ministros baptistas de la ciudad lanzaron sus diatribas contra el hereje que «llamaba Dios a un montón de chatarra», y la máquina fue destruida por una furiosa turba que, no contenta con acabar a golpes con su nuevo Redentor, «recogió sus trozos uno por uno para desperdigarlos por los bosques vecinos.» El incidente fue relatado el 27 de octubre en el diario Lynn News, junto con unas declaraciones de Spear en las que, resignado, no podía condenar a unos hombres que simplemente no entendían «un tipo de Mesías nacido antes de su tiempo».

Spear, sin embargo, no se rindió, y siguió anunciando «la llegada de un mundo nuevo» hasta 1872, año en que la Asociación de Electrizadores se comunicó por última vez con él para «urgirle a abandonar su ministerio». Ni entonces ni después había intentado Spear volver a reconstruir su máquina, y murió en Filadelfia, en 1887, recordándola con el afecto con que un padre recordaría a un hijo que le hubiera precedido en el camino a la tumba. Las últimas palabras que escribió decían así: «Con toda mi alma he amado el trabajo en el que he volcado mis días. He tenido la suerte de que me haya sido dado el poder de ver más allá de las nubes que me rodeaban, y comprobar que tras ellas existía un propósito benéfico, inteligente, luminoso, vital: la elevación, regeneración y redención de los habitantes de esta tierra».

 

Revista Digital miNatura 180 Profecías

La Revista de los Breve y lo Fantástico

Asociación Cultural miNatura Soterrània

Avenida del Pozo 7 San Juan de Moró, 12130, Castellón de la Plana, España

ISSN: 2340-977

Directores: Ricardo Acevedo Esplugas y Carmen Rosa  Signes  Urrea

Editor: Ricardo Acevedo Esplugas

Portada: Profecías / Gastón Barticevich (Argentina)

Contraportada: Profecía / Bruno Leal (Argentina)

Diseño de portada: Carmen Rosa Signes Urrea

Las colaboraciones deben ser enviadas a: minaturacu@yahoo.es

 

 

 

Sumario:

01/ Portada: Profecías / Gastón Barticevic (Argentina) 

02/ FrikiFrases

03/ Editorial

18/ Sumario

 

Cuentos:

20/ La inútil / Ignacio Porto (Argentina)

22/ Apocalipsis Bang… (In Creación) / Adrián Néstor Escudero (Argentina)

24/ Antítesis / Gretchen Kerr Anderson (Cuba)

26/ Los ojos de los muertos / Francisco José Segovia Ramos (España)

28/ Profeta virtual / Juan Pablo Goñi Capurro (Argentina)

30/ Amor zombie / Samir Karimo (Portugal)

31/ Datos / Chema Mrua (España)

33/ Nos están robando / Adrián Néstor Escudero (Argentina)

35/ Polvo / Sonia Jiménez Socarrás (Cuba)

37/ Rick, the revelator / Lou W. Morrison (España)

39/ Glitch reader / David Zaracho (Argentina)

41/ Las profecías en el espejo / Daniel Frini (Argentina)

43/ La máscara / Ruma –seud.- (España)

46/ El Libro Azul / Natalia Strigaro (Argentina)

 

Humor:

47/ Robot Profeta / Manuel Santamaría Barrios (España)

 

49/ La biblioteca del Nostromo: El Babujal Fanzine #5. Futura. Muestra de cuentos de ciencia ficción amazónica

 

52/ Sobre los Escritores e Ilustradores

59/ Sobre las Ilustraciones

60/ Contraportada: Profecía / Bruno Leal (Argentina)

 

Sobre las ilustraciones:

Pág. 01  Profecías / Gastón Barticevich (Argentina)

Pág. 20  La inútil / Tomás Aira (Argentina)

Pág. 48 Robot Profeta / Manuel Santamaría Barrios España)

Pág. 60  Profecía / Bruno Leal (Argentina)

 

Y en el próximo número:

Silkpunk

 

 

PULSAAQUÍ PARA DESCARGAR EN PDF LA REVISTA DIGITAL MINATURA 180 PROFECIAS

 

 

 



 

 

 

John Murray Spear and the "Mechanical Messiah"

I – A Thousand Times Galilee

"You study a book you have been taught to consider infallible. But there is only one infallible book… Oh, when the people of your world leave behind the narrow, confined circle in which they move; when they abandon the walls within which they are enclosed; when they go out to the majestic hills and contemplate the beauty of their valleys, and the green luxuriance of the forests, and thus open the pages of that book… only then will men know the true foundations of religion; and they will return to their labors renewed within, and with hearts swelled with gratitude to Him, who is the author of that infallible book."

Thus spoke the specter of John Murray to his son, John Murray Spear, in the summer of 1852, and thus were his words recorded in a small book published a year later by the Boston printing house of 25 Bela Marsh, in Cornhill, under the title Messages from the Superior State communicated by John Murray through John M. Spear, with instructions to the inhabitants of Earth. John Murray Spear's story was that of any enlightened person of his time. Spear was a normal individual, with a normal life, until one day higher knowledge pierced him like a spear. And then the world ceased to be as it had always been: as his earthly brethren saw it, with their earthly eyes, with the monotonous opacity of one who has not received the blow of the transcendent. And Murray Spear, who had awaited such a sign his entire life, abandoned his long ministry in the Universalist Church of Barnstable (Massachusetts) and devoted himself to proclaiming "a New Era" throughout America.

America in 1852, however, was not an easy place to convert, much less to journey through: John Murray Spear, who had gone from church to church preaching his abolitionist creed, his defense of women's rights, his impassioned proclamations for men to walk the path of abstinence, knew this better than anyone. One could travel from north to south and from east to west the heart of the most abject sinner and, with a bit of luck, find a glimmer of light in the passageways and nooks of his existential grime. But who could traverse the thousands of square miles of a country that, since the acquisition of Louisiana in 1804, was twice as large? And twice as large as what, prior to 1804, was already sufficiently large: more than ten times England, home of his earthly ancestors. Thousands of times Galilee, home of his spiritual ancestors. If Jesus Christ, Spear reflected, had had to convert America by striding, it's most likely that the Cross would be for modern man merely an arithmetic sign, and little more. Because good Jesus would have died of old age.

 

II – "Oliver's" Commission

But if anything characterized Spear, it was his loyalty, both to his brethren here and to those who dwelled on the other side of the shadows, so he accepted without protest the mission that those transcended spirits had bestowed upon him, their humble servant. He had to cure humanity, they told him. He had to heal it: from its moral illnesses, from its spiritual illnesses, from its relentless blindness. And Spear said yes to everything. But, like every great mission, Spear's would also begin with a small boson, which would expand and expand until reaching a painful maximum of spiritual expansion, faithfully responding to the "law of infinite progression" into which his deceased father had initiated him through his early morning telepathic communications. The boson of world redemption according to Spear began to pulsate on March 31, 1852, the date he received transcommunication from an entity named "Oliver," urging him to go without delay to a small region of New England: the city of Abington. More specifically, to a private residence in that city. To avoid confusion, "Oliver" extended the handwritten communication with several extra lines to explain to Spear that "no, it's not your brother-in-law's address in Hanover that you're thinking of," but that of an individual Spear didn't know at all: a certain David Vining, "who lives near Daniel Holbrook's house." To Spear, who kept moving his hand up and down the sheets that, beside him, were being supplied by Sister Betsey, Daniel Holbrook's name was no less unknown.

Spear arrived in Abington confident in the directions of one who, after all, observed the galaxy and our planet from on high, but after inquiring throughout the neighborhood, he discovered with surprise that Vining did not live in Abington, nor even in neighboring towns, but five kilometers away, in the city of Weymouth. He then wrote to "Oliver" to ask why on earth he had led him there, if Vining wasn't even close, to which "Oliver," by return mail, explained that "we, the inhabitants of the spiritual world, do not attach much importance to cities and other border spaces." Very well, but we inhabitants of the material world do, Spear thought, quite irritated, knowing that he could just as easily have ended up in Alaska. But he immediately understood that this could be a test. To see familiar things differently: only then could he carry out the mission that "Oliver," on behalf of the transcended spirits, was entrusting him with. There were no barriers, no borders. Neither between cities nor, above all, between brothers.

Guided by his own intuition, Spear found David Vining shortly after arriving in Weymouth. He expected to find an individual like himself, someone who had also received a message from the other world. But what he found was an invalid who, for ten days, had been groaning in agony prostrate in his bed, afflicted "by a pain that had taken away his will to live." Vining didn't even wonder who this person asking about him was, who sat quietly on the edge of the bed observing him with the smile of the father he never had; eager to share his tragedy, he proceeded to tell him in detail the story of his recent life: he hadn't slept for ten nights, he said, because of that cursed neuralgia that ran through his body from side to side, and which seemed intent on finishing him off. No, he had no idea how it had started. A divine punishment? Well, he wasn't what you'd call a good Christian, but he hadn't done anything against his fellow men to earn God's repudiation. He wasn't Lot. He didn't have his patience. Nor a wife like his, damn it. With curiosity, Spear took one of his feet and asked him where exactly it hurt, to which Vining, sitting up from the bed, replied: "What have you done to my leg?" "I haven't done anything," Spear said. "Well, I don't understand," Vining replied, "because the pain is gone." That, instead of cheering him up, terrified him so much that he didn't want to sleep until Spear left his house, "for fear," he said, "of never waking up again." Spear managed to convince him to at least rest for a while, and the truth is that Vining, who obeyed with some reluctance, not only woke up without pain but also "enormously moved, for he confessed to having received a visit from an angel in dreams that had done him great good." Spear left the city of Weymouth deeply shaken, aware of his new condition: he could cure, he could heal. He could perform miracles with his hands (he, who was barely skilled with a fork and knife). As for Vining, fifty days later he was dead.

 

III – O Death, Where Is Thy Victory?

"Death, as you have accustomed yourselves to call it, is but a change, the removal from an inferior state to one of a higher nature. Your good judgment will suffice to understand the metamorphoses you perceive around you. From the lower to the higher plane, all that is and exists in the realm of the created tends to move upward, in an infinite progression."

Thus had the specter of John Murray said in the revelations of 1852. And Spear then began what appeared to be a crusade across America against death itself. Or, at least, against its agenda. For a year he devoted himself to laying hands on the sick and the infirm, on the destitute, on the dying: "delaying," in the words of his first followers, "the transit of those unfortunates to the other world." He had to contend, however, with the ridicule of the majority, who considered him a charlatan (at best) or a truly insane person, judging by the speeches that accompanied his multitudinous healings. He spoke of "an improved world," in which men "would travel through the air," and "inhabit circular cities," communicating with each other "by a vast energy transmission network" that would operate through "telepathic impulses": a kind of 19th-century Internet, whose sole support would be "human love." He spoke of founding a spiritual community in Kiantone (New York) and in Patriot (Indiana). He spoke of men there practicing free love, and being able to live naked, and looking at their fellow men without greed, knowing that they were all "children of the same heaven."

All these ideas, naturally, Spear did not improvise for his varying number of followers. In reality, they came from an authority greater than himself. The experiments carried out with automatic writing and altered states of consciousness had led Spear to establish contact with a society of specters, ascended to the higher planes, called "The Association of the Electrizers," among whose members (attired in the Afterlife in Roman togas) were Benjamin Rush, Thomas Jefferson, and Benjamin Franklin. And Spear, docilely, spoke for them. He spoke of the right of men and women to engage in sexual relations wherever and whenever they pleased, without the obligation to be subjected to the yoke of marriage. He spoke of the right of all individuals to be considered free. He spoke of the right of women in particular to decide on the use of contraceptive methods and to refuse to provide pleasure to their partners, who in turn were free to seek pleasure elsewhere. He spoke of what united the beings of this world, and what separated them. "You don't know it," he exclaimed, "but you live in shackles. You look at yourselves and you don't see it, but you are chained. And you fear each other, and you look but you still don't see it: you are afraid of each other. The priests, of whom I myself once spoke so highly, have done little good in that regard." Thus spoke Spear. And when words were not enough, he took action. On one occasion, "he subjected himself to the utmost ridicule when, intending to show his influence and power over spirits, he adorned himself with strips of copper and zinc batteries, as if he were a Christmas tree, and thus attired he awaited some incredible result." The "incredible result" was the invocation of a spirit, which however did not appear. On the contrary, Spear suffered a brutal electric shock from which he awoke with difficulty, though dictating in the process what turned out to be "a twelve-part lecture on geology, a subject about which Spear knew not a word."

 

IV – The Messiah Arrives

"I see the inhabitants of the earth immersed in the constant search for what they consider most precious. They submit to the most arduous labors, and to precariousness, and to danger, to obtain those things they value so much; they even risk losing their health, and sometimes their lives, to accumulate what, in their opinion, is so valuable. But allow me to tell you, and through you to the other inhabitants of the earth, that there is nothing in what they pursue, in all that they consider so precious, that endures as long, and at the same time serves such a great purpose, as the sense of justice."

Yes: the sense of justice. That was what Spear believed in: the sense of justice. Which he saw as a mysterious prolongation of the sense of movement, which in reality had nothing to do with kinetic destiny. Spear believed in movement in terms that all movement was action, and action always led to development: territorial development, moral development. And, of course, spiritual development. At least that's how his father's disembodied mind explained it, and that's how Spear came to understand the reality of his time and of the centuries to come: "The men who govern you are slaves," Murray transcommunicated. "They do not want to advance, for all movement is unfavorable to their individual interests. They are the greatest obstacle to human progress. They are our worst enemies." Spear then began to consider the force of movement as an ideological current, upon which rested the changing vessel of technological advancement. He began to consider that both were visible examples of that "infinite progression" in which Murray's specter observed the destiny of created things: both, in fact, contributed from different principles to a common end. Man advanced. Technology advanced. And if both advances were united on the same path (Franklin's contribution, from on high), man would reach his true destiny, which would allow him to discover the true purpose for which all his creations —whether he knew it or not— had been conceived.

Well, what things was Franklin referring to, from his realm in the Afterlife? Well, quite common things, to tell the truth. Steam clouds. Connecting rods and gears. Tea tables. Because things are not always what they seem. In fact, sometimes they are something we never would have suspected them to be. A wheel could be an arm or a leg, a bit of steam a sovereign breath. And a tea table, something that was no longer limited to supporting a beautiful porcelain set but to holding and protecting —no less— the heart of God.

The Association of Electrizers had contacted Spear to convey the order to work urgently on a complicated contraption that Franklin alternately called "The God Machine" and "The Mechanical Messiah," but which, in short, was nothing more than the second incarnation of Christ. Nothing Spear, after all, should have been surprised by. After all, the Bible had already announced, almost twenty centuries ago, the return of Jesus to the world to judge the deeds of men; but in no verse was it specified that he would do so in flesh and blood, or in breath and spirit. Why couldn't he appear in screw and brass? In late autumn of 1853, Spear and some of his most demented followers moved to High Rock, a hill rising about six hundred meters above the town of Lynn (Massachusetts), and, after being received there by Reverend S. C. Hewitt, editor of the spiritualist newspaper New Era (and Spear's future biographer), the group set to work with the idea of finishing the construction of the Messiah on June 29, 1854, nine months later —three by three by three— after its first nut was placed.

Throughout that time, Spear received two hundred telepathic revelations from the Association of Electrizers, which guided him in the complicated process of producing and assembling the parts. First the tea table; then the copper and zinc wiring, the bronze breastplate, the controls, the tin arms.

Although no drawing or photographic image of the God created by Spear has survived, there is at least the description that Hewitt's newspaper made of it. Its pages describe mainly the tea table, "from whose center emerged two metallic supports connected at their top by a shaft that served as a turning flywheel. The shaft in turn supported the weight of a transverse steel arm, at whose ends rested two enormous metal spheres containing powerful magnets. Under the spheres… there was a kind of oval platform, formed by a peculiar mixture of metals and magnets. On it could be observed zinc and copper plates, placed alternately, which corresponded to the brain and served as electrical storage. Its energy came from metallic conductors, also called attractors, directed upwards… which were charged directly in the upper layers of the atmosphere. Mixed with its main elements were a wide variety of metal bars, plates, wires, magnets, insulating materials and some curious chemical compounds that constituted the New Blood of God. The ingenious device was also connected to the earth by means of metallic elements of positive and negative energy, which corresponded to the lower limbs of the body…" In its center there was also a furnace and a bellows that produced the machine's "inhalation and exhalation," and a heart from which many saw emanate "a luminous current, a kind of umbilical cord" that connected it to Spear and in which he felt the gentle palpitation of the "Great Magnetic Heart Located at the Center of All Universes."

But for the Messiah to come to life, it first had to be born: that was the last transcommunicated revelation by the Association of Electrizers, which indicated the need to find a new Mary capable of giving birth to that piece of nineteenth-century engineering. Spear found in Lynn the one who would be called "Mary of the New Dispensation," a local woman whose belly had inexplicably swollen throughout the nine months during which the machine's construction was prolonged. By a simple laying on of hands, Spear found in Mary's swollen belly the "living principle" that was going to activate the Messiah, a twin bond with the chemical compounds that had set the New Blood of God in circulation. Mary of the New Dispensation was led to the High Rock factory and there, after falling stunned "before her son, she began to show the peculiar and agonizing sensations of childbirth, different, however, from the ordinary experience, given that the pains were internal, and at the same time of the spirit, more than physical, but still uncontrollable, and no less intense than the latter." After several hours of contractions, the woman let out a terrible scream, and all those present witnessed her body recovering "its feminine forms, without the swelling it had shown during the past nine months." At that moment, the machine dilated as if taking a breath and, "with a formidable death rattle," began to breathe.

 

V – The Machine Moves!

The next day, the New Era newspaper's headline blared in three columns: "The Machine Moves!" The time of redemption, its inside pages stated, "has finally arrived, and from this day humanity's race will continue its course to the highest… turning us into gods," to which Spear added the announcement of the coming of the "Physical Savior, Heaven's Last Gift to Man, the New Creation, the Great Spiritual Revelation of the Age, the Philosopher's Stone, the Work among Works, the Science among Sciences: the New Messiah."

Other newspapers, however, such as the Spiritual Telegraph, whose editor had traveled to High Rock to pay homage to the newborn, merely announced that "the New Messiah was not even good for making coffee." Alonzo E. Newton, editor of the New England Spiritualist, acknowledged that he, too, had not seen the machine move much, "except for one of its metallic balls, and perhaps because it was suspended from an arm." Spear attributed the weakness of its movements to the fact that it was only "a few days old" and to the pollution that filled "the highest layers of the atmosphere in an industrialized city like Lynn," so he decided to move it to Randolph (New York), where Franklin's spirit communicated to him that "better winds prevailed."

But the news of that tin Messiah arriving in Randolph did not receive the reception Spear desired. The city's Baptist ministers launched their diatribes against the heretic who "called a pile of junk God," and the machine was destroyed by a furious mob who, not content with beating their new Redeemer to pieces, "gathered its fragments one by one to scatter them throughout the neighboring woods." The incident was reported on October 27 in the Lynn News, along with statements by Spear in which, resigned, he could not condemn men who simply did not understand "a type of Messiah born before his time."

Spear, however, did not give up, and continued announcing "the arrival of a new world" until 1872, the year in which the Association of Electrizers last communicated with him to "urge him to abandon his ministry." Neither then nor later had Spear tried to rebuild his machine, and he died in Philadelphia in 1887, remembering it with the affection with which a father would remember a child who had preceded him on the path to the grave. The last words he wrote were: "With all my soul I have loved the work into which I have poured my days. I have been fortunate to have been given the power to see beyond the clouds that surrounded me, and to confirm that behind them existed a benevolent, intelligent, luminous, vital purpose: the elevation, regeneration, and redemption of the inhabitants of this earth."

 

Revista Digital miNatura 180 Prophecies

Asociación Cultural miNatura Soterranìa

Avenida del Pozo 7 San Juan de Moró, 12130, Castellón de la Plana, España

ISSN: 2340-977

Directors: Ricardo Acevedo Esplugas y Carmen Rosa  Signes  Urrea

Editor: Ricardo Acevedo Esplugas (Cuba)

Main cover: Tierra Hueca / Gastón Barticevich (Argentina)

Back cover: Prophecy / Bruno Leal (Argentina)

Cover design: Carmen Rosa Signes Urrea (Spain)

Contributions should be sent to: minaturacu@yahoo.es

 

 

Summary:

01/ Prophecies / Gastón Barticevich (Argentina)

02/ FrikiFrases

03/ Editorial

17/ Summary

 

Stories:

19/ The Useless One / Ignacio Porto (Argentina)

21/ Apocalypse Bang… (In Creation) / Adrián Néstor Escudero (Argentina)

23/ Antithesis / Gretchen Kerr Anderson (Cuba)

25/ The Eyes of the Dead / Francisco José Segovia Ramos (Spain)

27/ Virtual Prophet / Juan Pablo Goñi Capurro (Argentina)

29/ Zombie love / Samir Karimo (Portugal)

30/ Data / Chema Mrua (Spain)

32/ They're robbing us / Adrián Néstor Escudero (Argentina)

34/ Dust / Sonia Jiménez Socarrás (Cuba)

36/ Rick, the revelator / Lou W. Morrison (Spain)

38/ Glitch reader / David Zaracho (Argentina)

40/ The Prophecies in the Mirror / Daniel Frini (Argentina)

42/ The mask / Ruma –seud.- (España)

44/ The Blue Book   / Natalia Strigaro (Argentina)

 

Humor:

46/ Robotic prophet / Manuel Santamaría Barrios (Spain)

47/ La biblioteca del Nostromo: El Babujal Fanzine #5. Futura. Muestra de cuentos de ciencia ficción amazónica

50/ About the Writers and Illustrators

57/ About the illustrations

58/ Back cover: Prophecy / Bruno Leal (Argentina)

 

About the illustrations:

Pag. 01 Hollow Earth/ Gastón Barticevich (Argentina)

Pag. 19 La inútil / Tomás Aira (Argentina)

Pag. 46 Prophet Robot / Manuel Santamaría Barrios (Spain)

Pag. 58 S. t. / Bruno Leal (Argentina)

 

And in the next issue:

Silkpunk

 

DONLOAD PDF REVISTA DIGITAL MINATURA 180 ENGLISHVERSION


sábado, 3 de mayo de 2025

Revista Digital miNatura 179 Dossier Tierra hueca (Castellano e inglés)

  



A mediados del siglo XX, el análisis de las ondas de choque sísmicas reveló que la corteza terrestre no es más que una fina capa, que se extiende sobre un grueso manto que a su vez envuelve un núcleo denso. Incluso antes de que se identificara científicamente el límite entre la corteza y el manto —la Discontinuidad de Mohorovičić—, la idea de excavar un "mohole" para alcanzarlo atrajo la atención tanto de los científicos como de la ciencia ficción.

Las primeras obras de ficción que exploraron las profundidades de la Tierra fueron altamente especulativas. La mayoría, como Viaje al centro de la Tierra de Verne o La raza que viene de Bulwer-Lytton, se inscriben en la tradición de las historias de la Tierra Hueca, que combinan elementos de fantasía con ciencia ficción. Estas a menudo imaginan enormes cavernas, con océanos, vida animal y razas inteligentes, a pocos kilómetros de la superficie, accesibles a través de minas a cielo abierto o pozos volcánicos naturales. Una de las primeras narrativas que explora científicamente la posibilidad de perforaciones artificiales profundas en las profundidades de la Tierra se encuentra en "Cuando el mundo gritó" (Arthur Conan Doyle, 1928, texto). En esta novela corta, el profesor Challenger, quien apareció en la obra anterior de Conan Doyle, "El mundo perdido" (1912), desarrolla la teoría de que la Tierra se asemeja a un erizo de mar o equino, una criatura marina con un cuerpo blando y un caparazón delgado y rígido. Inicia un proyecto para excavar un pozo profundo en este caparazón y descubrir qué hay dentro. Contratando expertos en minería y a un especialista en perforación de pozos artesianos, el Sr. Peerless Jones, supervisa la construcción de un pozo de ocho millas de profundidad. Penetrando la corteza, encuentran una superficie blanda y orgánica e introducen en ella una sonda similar a una jabalina... con resultados que el título de la historia insinúa. A lo largo de toda la historia, se narra desde la perspectiva del ingeniero artesiano y se basa en los conocimientos entonces más avanzados tanto sobre geología como sobre el proceso de perforación. La idea de que excavar túneles en la Tierra podría traer beneficios científicos y comerciales reapareció periódicamente, aunque nociones fantasiosas como un núcleo vivo o hueco se volvieron menos aceptables con el paso del tiempo, aunque la realidad seguía siendo confusa. En Tom Swift y su Atomic Earth Blaster (novela juvenil, 1954), por ejemplo, el joven inventor de la serie de ciencia ficción juvenil de Victor Appleton decide centrarse en la construcción de túneles. Si bien los túneles poco profundos son fáciles de construir en el universo industrialmente avanzado y de energía atómica de Swift, el nuevo dispositivo en realidad excava a través de la corteza terrestre hasta el manto inferior, produciendo una fuente de hierro líquido puro que se recolecta para fines industriales. Ni la profundidad requerida del túnel ni la verdadera composición de la roca del manto (principalmente a base de silicio) se representaron con precisión, aunque para entonces ambas se comprendían bien científicamente, como demostró el Proyecto Mohole.

 

Legados de Mohole

Otra ilustración de Mohole del cómic "Viaje al Fondo del Mar". Los legados del Proyecto Mohole han sido complejos. El proyecto en sí fue un costoso y notorio fracaso de gestión política y científica en cuanto a su objetivo declarado. Múltiples estudios han explorado dónde falló la gestión del proyecto (tanto de sí mismo como de las expectativas de sus partidarios). Sirve como advertencia contra la generación de expectativas incumplibles en plazos razonables. No obstante, el proyecto promovió el interés en las ciencias de la Tierra y en los proyectos de perforación. Ejemplos como los asociados con El Misterio del Mohole y Viaje al Fondo del Mar: "Monstruos del Moho" ilustran su uso para la educación científica informal en el contexto de representaciones ficticias.

De hecho, a pesar de no alcanzar el moho, la fase I del Proyecto Mohole fue pionera y demostró con éxito importantes tecnologías. De hecho, una serie de perforaciones posteriores exitosas, explorando a mayor profundidad y alcance que el mohole original, han aportado conocimientos sin precedentes, muchos de los cuales se basaron en la experiencia y los conocimientos técnicos del proyecto de la década de 1960. Los proyectos de Mohole continúan desarrollándose y debatiéndose hasta la fecha, pero con menos publicidad y una expectativa pública considerablemente menor que la original. Si bien los titulares de noticias siguen debatiendo la posibilidad de alcanzar la discontinuidad de Mohorovicic, ahora atraen relativamente poca atención, lo que quizás refleja una visión más realista del ritmo esperado de progreso científico.

Sin embargo, las representaciones abrumadoramente negativas de los posibles resultados de Mohorovicic en la ciencia ficción apuntan claramente a la oposición pública a los proyectos de macroingeniería a gran escala y a una considerable cautela ante el posible mal uso de la ciencia y la tecnología. La mayor parte de esto se observó en el contexto de la Guerra Fría de la década de 1960, cuando las tecnologías destructivas estaban en constante desarrollo y su uso parecía probable. Si bien las motivaciones positivas —principalmente una fuente de energía ecológica, abundante y fiable— aparecen en narrativas como Viaje al Fondo del Mar y Grieta en el Mundo, esto no se muestra como una compensación del riesgo potencial, ni como una demostración del cuidado necesario en la construcción de narrativas de explotación científica para la comunicación con el público. La energía verde que ofrece un mohole puede parecer más tentadora ahora que nunca, pero la energía geotérmica apenas requiere la penetración en el manto, cuando incluso perforaciones moderadamente profundas pueden generar flujos de calor sustanciales. De hecho, la cantidad de escombros y el daño ambiental potencial causados por el mero proceso de perforación podrían ser considerables. Una perforación de quince centímetros de ancho, de treinta kilómetros de profundidad, generaría alrededor de mil toneladas de escombros y un impacto ambiental potencialmente mayor debido a la contaminación y las perturbaciones en torno a la instalación de perforación.

Es interesante que algunas de las representaciones más recientes de moholes, y en particular de su uso en la terraformación, hayan sido más positivas. Sin embargo, como se mencionó anteriormente, la forma de geo (o areo)ingeniería a macroescala descrita en algunos casos recientes ha superado con creces nuestra tecnología actual. De hecho, la trilogía de Robinson forma parte de una narrativa más amplia sobre la colonización de Marte que, en ocasiones, inspira expectativas poco realistas a corto plazo en cuanto a capacidad industrial, tecnologías de automatización, dinámicas políticas, financieras y sociales requeridas y riesgos para la salud de los colonos. No es que la trilogía de Marte ignore por completo las dificultades. Incluso en la narrativa de Marte Rojo, la operación Moho se convierte en blanco de ataques terroristas que intentan impedir su continuación.

Las perforaciones profundas continúan en varios yacimientos, y el Programa Internacional de Descubrimiento Oceánico coordina actualmente perforaciones profundas en algunos de los yacimientos del manto más superficiales del planeta. Algunas de estas perforaciones buscan alcanzar el límite entre la corteza y el manto: el propio Moho. Los resultados podrían revolucionar nuestra comprensión de la geología, pero las probabilidades de que alguno de los escenarios de ciencia ficción discutidos hasta la fecha se asemeje al resultado real son, como mínimo, escasas.

 

 

Revista Digital miNatura 179 Tierra Hueca

La Revista de los Breve y lo Fantástico

Asociación Cultural miNatura Soterrània

Avenida del Pozo 7 San Juan de Moró, 12130, Castellón de la Plana, España

ISSN: 2340-977

Directores: Ricardo Acevedo Esplugas y Carmen Rosa  Signes  Urrea

Editor: Ricardo Acevedo Esplugas

Portada: Tierra Hueca / Gastón Barticevich (Argentina)

Diseño de portada: Carmen Rosa Signes Urrea

Las colaboraciones deben ser enviadas a: minaturacu@yahoo.es

 

 

Sumario:

01/ Portada: Tierra Hueca / Gastón Barticevic (Argentina) 

02/ FrikiFrases

03/ Editorial

09/ Artículo: El problema de la falta de los tres cuerpos / Lywarc’h Henn –seud.- (España)

15/ Sumario

 

Cuentos:

17/ Desde las entrañas / Verónica Vázquez (España)

19/ Invasiones / Hernán Domínguez Nimo (Argentina)

20/ El intraterrestre / Francisco José Segovia Ramos (España)

22/ Descendiendo / Jorge Zarco Rodríguez (España)

24/ Novamterram / Samir Karimo (Portugal)

25/ Complejo Reptiliano / Salomé Guadalupe Ingelmo (España)

27/ Vana Tierra Hueca / Francisco José Segovia Ramos (España)

29/ Regreso / Hernán Domínguez Nimo (Argentina)

31/ Allá, al otro lado / Eduardo Honey (México)

33/ Largo viaje / Óscar Quijada Reyes (Venezuela)

35/ Voces sibilantes / Hernán Domínguez Nimo (Argentina)

36/ Regreso a casa  / Carmen Rosa Signes U. (España)

 

Poesía:

38/ Cambios drásticos / Óscar Quijada Reyes (Venezuela)

 

40/ La biblioteca del Nostromo: El Babujal Fanzine.

 

43/ Sobre los Escritores e Ilustradores

49/ Sobre las Ilustraciones

 

Sobre las ilustraciones:

Pág. 01 Tierra Hueca / Gastón Barticevic (Argentina) 

 

Y en el próximo número:

Profecías

 

 

PULSAAQUÍ PARA DESCARGAR EN PDF LA REVISTA DIGITAL MINATURA 179 TIERRA HUECA





In order to begin analyzing dieselpunk as a serious genre within the literary world of fiction, it is necessary to realize its development from steampunk as well as cyberpunk, both to which dieselpunk owes a lot, as well as from pulp comics and literature published throughout the 1930s, ’40s and ’50s. The term that was first coined by Lewis Pollak to describe the fantastical setting of his Children of the Sun became a definitive choice word to encapsulate a form of science fiction that starts with the end of the Roaring Twenties through to the beginning of the Cold War, culminating primarily with the Red Scare of the era and its dread of a nuclear Third World War.

Pulp literature seemingly comparable, focuses on the early 1930s tradition of promoting the iconic times with adventures experienced through the eyes of pulp heroes: characters who represented the prominent ideals of courage, a “macho” or strong-willed and fearless masculine personality (even inherent among feminine pulp heroes) and daring qualities that people dreamt of in their nation’s heroes.

Therefore we observe that dieselpunk is a constituent of both steampunk and the pulp style of literature and can be considered another counterpart of the literary “punk” derivative from cyberpunk.

Dieselpunk combines the antihero entity that is modified within steampunk’s “Great White Colonial Explorer” (i.e., Allan Quatermain) archetype or “Daring Adventurer” (i.e., Doc Savage) — which were originally derived from cyberpunk heroes — back to the “Misaligned Urban Detective” (Sam Spade), “Military Hero” (Biggles), “Adventurer” (Indiana Jones) or “Outcast” (Mad Max), who posses a stronger hold on moral values and works toward the ultimate good of his people, even though he is plagued by the darkened atmosphere of his time. There is also a dash of alternate history; not only in regards to the outcomes of the Depression and World War II, but throughout the period dieselpunk is inspired by, being the 1930s and onwards.

Altogether dieselpunk should no longer be understood as simply a spinoff from either of these earlier literary genres. Instead it could be argued that each of these genres reside under an umbrella that incorporates or influences all styles from each, sometimes from one, which is where the confusion spurns from.

Perhaps it is best to accept that the “punk” suffix added to these literary genres developed not out of the same sense as the punk musical scene, but out of the actual definition of the term. Punk referred to a label given to antagonize anyone who was seen as rebellious or anti-establishment; mostly designated to the younger generation, basically one who would go against the grain of society. This “punk” attitude was further enhanced with cyberpunk in an all too bleak view of the 1980s drowned in the Digital Age and mass consumerism, but it was later carried into the extraordinary adventures and inventions found in a curious age before the turn-of-the-century. An age that reveled in the world of steampunk, with high hopes about industry and progress, bringing about exciting technology but also social change. Thus the daring adventurers and anti-social inventors of this time could be seen as the “punks” of their period, rejecting the status quo of the time to challenge and seek their true destinies. We observe that this was further enhanced by the inclusion of the urban, gritty and raw characters found in the 1930s, demonstrated through film noir and pulp literature.

The hero, whether one bearing an optimistic or pessimistic perspective, will always encounter the side effects of the society they live in — we most commonly find this to be true with works of fiction taking place during World War II — caught up in sometimes despairing circumstances.

Therefore the understanding of the term dieselpunk refers to a form of literary science fiction that takes place during a timespan in which petroleum fuels machines while the atomic and combustibles are at its high point; just as steam locomotives and steam- and gas engineered machines are quintessential to steampunk. It is an ambiguous and yet general aspect of the neologism that comprises the “punk” attitude or element of the strange, the “otherness” in juxtaposition to the type of society or world in which the adventure and stories take place.

 

 

Revista Digital miNatura 179 Hollow Earth

Asociación Cultural miNatura Soterranìa

Avenida del Pozo 7 San Juan de Moró, 12130, Castellón de la Plana, España

ISSN: 2340-977

Directors: Ricardo Acevedo Esplugas y Carmen Rosa  Signes  Urrea

Editor: Ricardo Acevedo Esplugas (Cuba)

Main cover: Tierra Hueca / Gastón Barticevich (Argentina)

Cover design: Carmen Rosa Signes Urrea (Spain)

Contributions should be sent to: minaturacu@yahoo.es

 

 

Summary:

01/ Hollow Earth / Gastón Barticevich (Argentina)

02/ FrikiFrases

03/ Editorial

07/ Article: The Problem of the Lack of the Three Bodies / Lywarc’h Henn –seud.- (Spain)

12/ Summary

 

Stories:

14/ From the guts / Verónica Vázquez (Spain)

16/ Invasions / Hernán Domínguez Nimo (Argentina)

17/ The intraterrestrial /Francisco José Segovia Ramos (Spain)

19/ Descending / Jorge Zarco Rodríguez (Spain)

21/ Novamterram / Samir Karimo (Portugal)

22/ Reptilian Complex / Salomé Guadalupe Ingelmo (Spain)

24/ Hollow Earth in Vain / Francisco José Segovia Ramos (Spain)

26/ Coming back / Hernán Domínguez Nimo (Argentina)

28/ There, on the other side / Eduardo Honey (México)

30/ Long trip / Óscar Quijada Reyes (Venezuela)

32/ Hissing voices / Hernán Domínguez Nimo (Argentina)

33/ Return home / Carmen Rosa Signes U. (Spain)

 

Poetry:

35/ Drastic changes / Óscar Quijada Reyes (Venezuela)

 

37/ La biblioteca del Nostromo: El Babujal fanzine

 

40/ About the Writers and Illustrators

47/ About the illustrations

 

 

About the illustrations:

Pág. 01 Hollow Earth / Gastón Barticevich (Argentina)

 

And in the next issue:

Prophecies

 

DONLOAD PDF REVISTA DIGITAL MINATURA 179 ENGLISHVERSION

Eres como escribes